Posted by : Unknown 8 jul 2012








El científico británico Richard Owen puede considerarse de pleno derecho el padre de los «lagartos terribles», pues fue el primero en darles nombre y dignidad científica.
También fue el autor de las primeras y extrañas reconstrucciones a tamaño natural. Contemporáneo de Darwin, fue un apasionado adversario de las nuevas teorías evolucionistas, pero la importancia de su contribución a la paleontología es indiscutible.
Los restos fósiles de los grandes reptiles prehistóricos se conocían desde hacia tiempo, y tenaces observadores como Mantell o Buckiand ya habían identificado algunos géneros; pero sólo la obra de un ilustre médico inglés abrió las puertas del mundo científico a los dinosaurios y conquistó un lugar para ellos. Nos referimos a Sir Richard Owen, el primero en comprender que las particulares características de aquellos reptiles merecían una clasificación aparte.

Una vida de estudio.
Sir Richard Owen nació en Lancaster (Gran Bretaña) en 1804 y desde su juventud demostró particular aptitud para la medicina.


A los 22 años terminó los estudios académicos en Londres, donde se interesó especialmente por la anatomía.
El encuentro con el francés Georges Cuvier fue de fundamental importancia para su carrera y, muy pronto, Owen se convirtió en una autoridad en anatomía animal.
Aunque no hacía trabajos de campo, el «Cuvier inglés» -como todos le llamaban- realizaba sus investigaciones y colaboraba con las instituciones científicas más prestigiosas de Gran Bretaña, como el Royal College of Surgeons y el Tiunterian College.
En 1856 pasó a ocupar el cargo de superintendente de los departamentos de Historia Natural del Museo Británico, del que posteriormente fue también director.
Pese a su brillante carrera, Owen era un encendido adversario de la teoría de la evolución de las especies propuesta por Darwin, lo cual le impidió seguir el rápido desarrollo de las ciencias biológicas y comprender la trayectoria evolutiva de los dinosaurios. Alcanzó una edad muy avanzada, pues murió en 1894, con 90 años y firme en sus convicciones.



Del descubrimiento a los «Dinosauria»
Los primeros cazadores de dinosaurios eran ya famosos cuando el joven Owen comenzó a describir algunos de los animales que vivieron en la prehistoria de Inglaterra, entre ellos el Cladeidonte, un reptil muy primitivo del Triásico, y el Cetiosaurio, del Jurásico.
La geología moderna estaba dando sus primeros pasos y la paleontología de la época conocía, además del iguanodonte y el megalosaurio, unos pocos géneros de animales extinguidos: Hylaeosaurus, dinosaurio acorazado que posteriormente fue clasificado entre los Anquilosáuridos del Cretácico inferior, Macrodontophion, del Jurásico, Thecodontosaurus, Palcieosaurus (entonces atribuido al género Palcieosauriscus) y Plateosaurus.
Comparando los hallazgos fósiles con las especies actuales, Owen se dio cuenta de que aquellos animales no podían considerarse simplemente reptiles. Los fósiles presentaban similitudes con los varanos, las iguanas y otros «lagartos», pero también eran muchas las diferencias anatómicas, por no hablar de las colosales dimensiones.
Partiendo de estas consideraciones, Owen describió «una tribu o suborden de reptiles saurios, para el que propondría el nombre de Dinosauria».
La palabra que acababa de acuñar era una combinación de dos términos griegos: deinos, «terrible», y souros, «lagarto», y subraya la afinidad con los reptiles.

Las razones de un nombre
En una conferencia celebrada en Plymouth en 1841, el científico expuso sus razones. Ante todo, los saurios analizados eran organismos terrestres, fácilmente distinguibles de los mosasaurios y los ictiosaurios, los reptiles marinos descritos por Cuvier y Mary Anning.


Además, la unión de la cintura pelviana con la columna vertebral presentaba una forma que hasta entonces no se había observado.
Otro de los hechos que habían llamado la atención de Owen eran las dimensiones del cuerpo, en particular del tórax, cuyas formas y proporciones hacian pensar más bien en los grandes mamíferos, como los elefantes.
Por último, también la postura era diferente a la de los reptiles, con las patas dispuestas directamente bajo el cuerpo. La gran seguridad que le inspiraba su punto de vista llevó a Owen a defender hipótesis que actualmente son consideradas por los paleontólogos con gran cautela, como la teoría de que el corazón de los dinosaurios era de cuatro cámaras o la idea de que su metabolismo era rápido como el de los mamíferos.


Entre sus méritos destaca la elaboración de un método que aún se utiliza, para calcular las dimensiones totales de los animales.
Sus contemporáneos se habían basado en el tamaño de los dientes del iguanodonte para calcular erróneamente su longitud en 35 metros; pero Owen, basándose en las dimensiones de las vértebras, la calculó correctamente en 8 metros.

Ideas erróneas
La principal limitación de Owen eran sus opiniones creacionistas y su posición contraria a la teoría de la evolución.
Según Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829), podían aparecer especies nuevas por modificaciones de las características de los organismos más simples, que originaban así otros más avanzados.
Pero este razonamiento no explicaba por qué los dinosaurios, los reptiles más evolucionados, habían desaparecido para dejar en su lugar a otros más primitivos, como cocodrilos y lagartos.
La respuesta de Owen fue que los dinosaurios eran una creación divina, pensada para un periodo con determinadas características ambientales. Según él, el aumento de la concentración de oxigeno en la atmósfera a comienzos del Terciario y el cambio en las condiciones climáticas habían determinado su desaparición.


Primeras reconstrucciones
La obra de Owen dejó una inesperada huella en el paisaje urbano, ya que el científico recibió el encargo de embellecer el renovado Crystal Palace con grandes reproducciones de sus «lagartos terribles».
La tarea fue abordada con gran interés y planteó numerosas dificultades. Aquel primer intento de recrear el aspecto de unos animales de los que sólo se conocían algunos fragmentos óseos.
En 1854, con la ayuda de Benjamín Waterhouse Tiawkins, Owen se dedicó a reconstruir los animales que dominaron el Mesozoico, pero la escasez de los restos fósiles entonces conocidos produjo algunos resultados extraños.


Por ejemplo, el iguanodonte fue representado como un carnívoro provisto de un corto y robusto cuerno sobre el hocico, mientras que a otros animales les fueron atribuidas características sumamente fantasiosas.
Las reconstrucciones de Owen son testimonios de gran interés para la paleontología. Además, no hay que olvidar que muchos de los detalles de las reconstrucciones que se hacen ahora quedan totalmente librados a la imaginación.

Un ratón de laboratorio
Conviene recordar que Richard Owen no fue un paleontólogo ni un geólogo, sino un especialista en anatomía comparada. Casi nunca salió a hacer trabajos de campo, lo cual probablemente le privó de hacer interesantes observaciones.
Así pues, describió los restos de Massospondylus (dinosaurio del Triásico), Sceliodosaurus, Arikylosaurus (Jurásico), Omosaurus (estegosáurido del Jurásico superior), Cetiosaurus y Bothriospondylus (saurópodos gigantescos), desde el punto de vista del zoólogo y el anatomista.
A pesar de todo, a él le corresponde el mérito de haber bautizado a los dinosaurios y de haber comprendido su singularidad.

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